Almudena Córdoba López. Restauradora de Arte
Teodoro Abbad Santiveri
En Sangüesa la Historia hace una larga e interesante parada. Bañada en su límite occidental por el río Aragón, reúne una sugestiva sucesión de arquitectura relevante en su casco viejo, de la que merecen destacar no solo los edificios consagrados a culto religioso, entre los que sobresale sin duda la iglesia de Santa María la Real, sino también palacios y otras atractivas manifestaciones en viviendas particulares. Dejando de lado -a propósito- las de mayor relevancia, no por no valorar su indiscutible interés, sino más bien para destacar lo que a menudo dejamos en olvido, en ocasiones por falta de tiempo o por simple agotamiento en los viajes de placer, excursiones o desplazamientos de cualquier otra índole, nos detenemos en la pequeña iglesia de Santiago, ubicada en la calle homónima de esta pequeña población del nordeste de Navarra, de la que hay quien afirma que tiene un monumento en cada calle.
Cabría hablar de su torre almenada, que le confiere el carácter de iglesia-fortaleza, del tímpano de la entrada en la fachada de poniente presidida por una polícroma imagen de Santiago, posterior a la construcción del templo, y, naturalmente, del retablo mayor, probablemente la mejor obra de su interior, realizado sobre madera de pino, en el que destaca su trabajo policromado y sus dimes y diretes en cuanto a su diseño y construcción, colección azarosa de avatares hasta su finalización, como bien relata, entre otros, Labeaga. Pero si pretendemos acercarnos a lo artístico menos destacado, es una buena opción ver con detalle el coro; no pasa desapercibido, sin resultar ser una obra maestra; al fin y al cabo esta iglesia, que inicia su construcción en el románico para terminarse entre los siglos XII y XIII, no fue sede episcopal ni albergó poderosas órdenes religiosas, sino simplemente una parroquia, por lo que su significado siempre se ubicará sobre escalones menores en cualquier jerarquía en la que pueda encuadrarse.
Estos asientos de coro son de una genuina sencillez no exenta de trabajo. Evitando la grandilocuencia se abre paso en estremecedor silencio para expresar su razón de ser, reclamando su justo sitio de forma tan discreta como firme. Solo dispone de una fila de estalos, como corresponde a iglesia sin categorías diferentes de clérigos, y no presentan bóveda, corva ni coronamiento, destacando un austero remate en lo alto del dosel a modo de alisor. Las misericordias son muy sencillas, sin adornos sobrios, en íntima coherencia con el conjunto, en el que manteniendo similar criterio, se opta por una ornamentación poco profusa, con mucha repetición y variaciones escasísimas y muy débiles, sobre madera de nogal trabajada con elegancia y premura.
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