Subir al "monte de la nieve" le costó el resuello a más de uno. No es fácil, el cuerpo necesita tiempo para acostumbrarse a la altura para evitar el llamado mal de altura: principalmente mareos, originados por la falta de oxígeno.
La segunda jornada de la LII Asamblea General en Tenerife ascendimos en autobús hasta el funicular del Teide, en el corazón del Parque Nacional.
Allí cogimos el funicular que en breves minutos nos dejaría a 3.550 metros de altura. En algo más de dos horas pasamos de pie de playa en el Puerto de la Cruz a más de 3.500 metros. Pero ahí no acabó la prueba. Al llegar a la Rambleta el grupo se dividió en dos.
Unos fueron hacia Pico Viejo, una excursión que transcurre por la ladera del Teide con un ligero desnivel de 50 metros que a esa altura pareciera que fuesen más de quinientos. Desde su mirador se pueden observar las coladas volcánicas de época medieval que salieron del cráter del Teide durante la última erupción de su cumbre. Impresiona el espectacular cráter de Pico Viejo con sus 800 metros de diámetro, pero también lo hacen las bocas eruptivas de Las Narices del Teide, que datan de 1798 y que son la última erupción ocurrida en el interior del Parque Nacional.
El grupo de los valientes, aproximadamente sesenta, subió a la misma cima de El Teide, a 3.718 metros. Es un recorrido de 614 metros con pendientes superiores al 60% en algunos tramos.
Vicente, nuestro guía de montaña, nos da las instrucciones antes de empezar a andar, nos marca el ritmo de ascensión y el camino: "hay que caminar lento, no perder el aliento, parar si es necesario y, por encima de todo: no se tira nada al suelo, y cuando digo nada es NADA".
Desde el punto más alto de España, con el día completamente despejado, observamos casi todas las islas, por un lado La Gomera y El Hierro, por el otro Gran Canaria y Fuerteventura. Y bajo nuestros pies, la hermosa isla de Tenerife, cuyo nombre hace referencia al monte y a la nieve: Tener en la lengua de los primeros pobladores significa blanca nieve y la terminación ife significa monte. Así que Tenerife debe su nombre al Teide, el monte de la nieve que corona su cumbre una parte del año.
En la cima, el olor a azufre impregna el aire que respiramos y por las rendijas de la montaña se escapan bocanadas de aire caliente que nos empaña las gafas de sol.
Desde allí se puede apreciar perfectamente los efectos del incendio de 2007 que arrasó más de 16.000 hectáreas desde Los Realejos hasta Buenavista del Norte. Casi ocho años después, el pino canario vuelve a protagonizar el milagro de su rebrote y es el orgullo de los compañeros que nos cuentan cómo fueron las labores de extinción y el impacto que causó en los habitantes de la isla.
El descenso parece más fácil pero es más cansado, las piernas notan el esfuerzo y el cuerpo busca ya una recompensa que apacigüe los demonios del estómago.
El autobús nos espera al descender del funicular y nos lleva, atravesando el Parque, hasta el pueblo de Vilaflor a 1.800 metros de altura. Allí nos espera el famoso gofio tinerfeño, las barritas energéticas del pasado que, sin tanta publicidad como las que consumen ahora los deportistas, dieron a los tinerfeños la energía necesaria para trabajar una tierra dura, hija de volcanes.
Ficha técnica del Parque Nacional de El Teide
Foto. Vista desde el punto más alto de España. |
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