Retablo de San Pedro en la catedral de Albarracín

Almudena Córdoba López. Restauradora de Arte
Teodoro Abbad Santiveri

Son muchos y notables los elementos dignos de admiración en esta destacada población de Albarracín, estratégicamente levantada en la vera del Guadalaviar, muy cerca del protegido pinar de rodeno en donde se conservan también cavidades con pinturas rupestres.

En esta ciudad, que así la definen los del lugar, y como ocurre para casi todas sus construcciones, merece la pena detenerse en la catedral del Salvador para su contemplación.

Encajada en la intrincada sucesión de callejuelas que es Albarracín, se construyó en 1572, y como tantas otras en otros sitios, sobre un primitivo templo románico de finales del siglo XII, con una planta de una sola nave con capillas laterales. Sorprenden varios elementos construidos en madera, destacando, sin ser prolijos, la sillería del coro confeccionada a partir de madera de quejigo, en cuyo centro se conserva un hermoso facistol del mismo material, y al fondo del templo, en un rincón casi perdido, además de una pila bautismal, un quiosco de madera cuya policromía resiste a duras penas el paso del tiempo y que en la época de los Azagra, linaje navarro que gobernó la ciudad, se utilizaba para cubrir precisamente esa pila bautismal de piedra, al parecer con la finalidad de combatir las bajas temperaturas invernales y paliar sus efectos negativos en el ritual cristiano del bautismo de los neonatos.

Una de las capillas laterales en el lado izquierdo, dedicada a María Magdalena, está engalanada por un retablo de madera sin policromar de obligada contemplación por su esbeltez, dedicado a san Pedro. Procede de la iglesia de Santa María, y su diseño y construcción se atribuyeron inicialmente a Gabriel Joly, si bien hoy se mantiene con mayor consistencia la presunción de que es obra de Cosme Damián Bas, escultor e imaginero de la época y discípulo del anterior. En todo caso se trata de una obra destacada del siglo XVI, período al que también pertenece el coro al que nos referimos al principio. El retablo, con tres calles, refleja en el centro a san Pedro sentado en la Cátedra, revestido con la tiara pontificia e impartiendo la bendición. Las diferentes escenas rememoran otras tantas de la vida del apóstol, como el prendimiento, encarcelamiento, magullamiento y crucifixión cabeza abajo, mientras que en la parte superior aparecen las figuras de Cristo crucificado con san Juan y la Virgen, y en lo más alto, Dios Padre. Todas las figuras en altorrelieve en el interior de las hornacinas son dignas de análisis detallado por la pericia escultórica que reflejan, con una interesante profusión de detalles que van más allá de la mera representación escenográfica; la separación entre hornacinas se efectúa mediante columnas estriadas adornadas con motivos vegetales en su base, reconociéndose finalmente en la predela relieves de las curaciones de la suegra de san Pedro y la hija del centurión. La construcción se realiza con madera de pino, posiblemente de Pinus sylvestris, P. pinaster y P. nigra, siendo mayoritario el empleo del primero.