Llegó el verano y con él, las altas temperaturas. Nuestra ubicación geográfica es la que es y lo normal es que en esta época del año, salvo en la cornisa cantábrica en la que la época de peligro es otra, haya períodos prolongados de altas temperaturas y humedad relativa muy baja.
Es una realidad que en nuestro país, al igual que en todos aquellos con un clima de tipo mediterráneo, los incendios forestales se presentan de una forma sistemática, sean cuales fueran sus causas, y no contar de partida con este dato como una causa estructural y con el hecho de que debe ser respondido fundamentalmente con medidas preventivas, tanto de carácter técnico como sociopolítico, conducirá a una gestión cuyos errores no encontrarán justificación en las elevadas temperaturas que venimos soportando.
Es de resaltar que las inversiones en prevención y extinción han sido reducidas de forma drástica y alarmante en los tres últimos años en todas las comunidades autónomas. La reducción de presupuestos destinados a prevención y extinción, ha consistido en reducciones importantes de plantilla, ausencia de material adecuado o falta de mantenimiento de los equipos, reducción de la actividad investigadora en incendios forestales, etc.
La insuficiencia de los medios de extinción es una queja habitual que, por parte de la Administración responsable, se intenta transmitir a la opinión pública, cuando en su territorio se desarrolla un gran incendio. Pero si esta misma Administración no reúne en una misma Institución u organismo la prevención y la extinción de incendios forestales (como pasa por ejemplo en la Comunidad de Madrid, Extremadura o en Cataluña) y, además no tiene claro que la eficacia en esta lucha está más en una rápida intervención que en disponer de los más sofisticados medios materiales de extinción, la mayoría de los incendios, una vez que no puedan ser controlados en su inicio, se convertirán, mientras no cambie la estructura de la vegetación, o milagrosamente las condiciones meteorológicas, en una lucha desigual entre el fuego y el hombre con todos sus medios, que muy probablemente tendrá un único y seguro vencedor: el fuego.
Estamos acostumbrados a caer en el grave error de tratar el problema de los incendios forestales solamente bajo el punto de vista de la extinción. por muy sofisticados que los medios materiales sean. Cualquier masa forestal en la que no se han aplicado los correspondientes tratamientos preventivos contra incendios y en la que existe una continuidad horizontal y vertical de la vegetación, cuando en ella se produce un incendio, éste puede avanzar de una forma brutal sin que podamos hacer demasiado para atajarlo.
Debemos cambiar la tendencia y que se apliquen más fondos presupuestarios de las distintas Administraciones a la prevención, más que a dotarnos de medios de extinción. Hay que apostar decididamente por la planificación y la gestión forestal. Si conseguimos reducir el número de incendios, y esto es responsabilidad de todos, seremos más eficaces en la lucha contra el fuego con los medios de los que disponemos. La extinción debería ser el último recurso.
Esta prevención se produce de dos formas distintas pero complementarias. Por una parte, conociendo las causas que provocan los incendios, para actuar directamente sobre ellas y evitar que se repitan año tras año. Por otra, mediante una mayor inversión en selvicultura preventiva.
Si queremos ser eficaces en la lucha contra los incendios forestales, hay que atacar la causa que los provoca. Sólo mediante medidas sociales, económicas, culturales, preventivas en general y específicas para cada región de España, se podrá reducir el elevadísimo número de incendios. Si, con los medios de extinción de los que disponemos, hemos sido capaces de apagar dos tercios de los siniestros antes de que alcanzasen una hectárea, es de suponer que la efectividad aumentaría considerablemente si, con los mismos medios, tenemos que hacer frente a la mitad de los incendios, o si el estado de abandono de los montes españoles no favoreciera la propagación de las llamas, tal y como ahora sucede en la mayor parte de ellos.
No se da la importancia que merecen a los incendios forestales ya que nos acordamos siempre de ellos en verano, pero es un grave problema que debería estar presente todo el año. Tenemos que reconocer el gran esfuerzo, la profesionalidad, la vocación y entrega de todos los profesionales que luchan, año tras año, contra los incendios forestales pese a las dificultadas contra las que se enfrentan. Se trata sin lugar a dudas de un trabajo de alto riesgo que requiere de formación específica, buena preparación mental y física, experiencia y un gran compromiso con la conservación del medio natural.
A estas alturas de año lo único que podemos realizar son campañas de educación concienciación y sensibilización. En muchos lugares, los incendios forestales son un problema estructural pero con un amplio componente cultural lo que dificulta enormemente la solución ya de por sí complicada del problema.
La concienciación social y la observación de normas de conducta éticamente responsables por parte de ciudadanos deben sustituir a las imposiciones legales al respecto de la prevención de incendios, quedando estas últimas como simples herramientas de sanción en los casos en que la educación y la concienciación fallen.
Dadas las fechas en las que nos encontramos, poco más podemos hacer, salvo rezar para que tengamos unas condiciones climáticas benignas, que nos ayuden a que los incendios, que seguro que se seguirán produciendo, sean lo más pequeños posibles.
Una vez finalizada la época de riesgo, será tiempo de inicio urgente de las tareas de restauración de los terrenos incendiados y de comenzar con las labores preventivas.
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