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6 may 2024
Autor(es): Ana Mª Esteban Ramajo y Enrique Cardillo AmoNº 88 Año(s): 2024Sección: Colaboración técnicaObservaciones: Páginas 56-65
La fotointerpretación de imágenes aéreas se ha venido empleando en la detección y análisis de enfermedades forestales. Las bases de datos online de ortofotografías, tanto históricas como actuales, han puesto a disposición de la sanidad forestal unos medios que anteriormente resultaban poco accesibles. Una de las mayores preocupaciones en este ámbito es el síndrome de decaimiento que diezma los alcornocales y encinares europeos. Basándonos en la dinámica de la enfermedad, la observación de campo y las imágenes aéreas disponibles de estas masas, hemos elaborado una guía para la fotointerpretación y detección de focos infectados por fitóftora, integrando pautas para el diagnóstico diferencial a fin de evitar la confusión con otras perturbaciones. El empleo de esta metodología ha permitido mejorar la especificidad del diagnóstico y la compresión de la dinámica epidemiológica de esta enfermedad forestal.
Palabras clave: Detección, diagnóstico, seca, Phytophthora cinnamomi.
INICIOS DE LA FOTOGRAFÍA AÉREA
La primera fotografía aérea conocida fue tomada en 1858 por Gaspar Tournachon desde un globo aerostático a 80 metros sobre el suelo de París y en 1909, Wilbur Wright tomó la primera fotografía aérea desde un avión sobre el pueblo de Centrocelli en Italia. Solo unos años después, durante la I Guerra Mundial, las fotografías aéreas fueron empleadas por primera vez de forma masiva y regular para el reconocimiento militar. Las mismas necesidades de cartografía militar durante la II Guerra Mundial y los comienzos de la Guerra Fría hicieron que amplias zonas de Europa fuesen fotografiadas. En España, los dos primeros vuelos que cubren todo el territorio nacional datan de esa época y fueron efectuados por el Army Map Service de EE. UU. (Musson et al., 2013).
En el ámbito forestal, la fotografía aérea ha constituido desde hace más de 100 años una herramienta para la gestión y seguimiento del medio natural, y desde entonces ha ayudado a conocer mejor el estado y la dinámica de los bosques (Morgan et al., 2010). Se tiene constancia de su uso en la gestión forestal desde 1919, cuando se utilizaron por primera vez para apoyar la realización de inventarios forestales en Canadá (Parry, 1973). Desde los primeros momentos se empleó para clasificar rodales por sus atributos geomorfológicos, por el tipo de masa, o por el volumen maderable que contenían (Gyde Lund, 1997).
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